En el verano del 2003 me dio por trabajar. El verano anterior me limité a ser un vegetal, mucha fiesta pero poco llenar el espíritu. Creo que -casi- cada verano me he sentido decepcionado de no haber hecho las cosas o los viajes que me había propuesto. El caso es que ese verano trabajé. Y no me lo curré mucho, la verdad. La realidad es que fue un verano de mierda, pero yo ahora pienso en el curro, y me río. Me pasaron muchas cosas en ese verano. Cosas muy tristes, nada agradables. Por eso me hace gracia pensar en el trabajo que tuve y hacer bromas sobre él. Al fin y al cabo soy de los que piensa que si puedes bromear sobre algo, exprimirle hasta la última gota de su esencia real a base de ironía, eso ya no te afecta.
Un día fui a unas cuantas ETT's con mi primo a dejar el curriculum. Era ya julio y no me había movido mucho -por no decir nada-; pero un buen día decidí que curraría ese verano. Daba igual de que: lo importante era trabajar. Ocupar el tiempo, así luego no me lamentaría de no haber hecho lo que podría haber hecho. Ya lo he dicho: fue un verano triste. Pero encontré un trabajo que según me explicaron en la ETT consistía en ordenar archivos y contestar cartas en francés. Pensé que estaría bien trabajar delante de un ordenador en una oficina con aire condicionado, porque ese verano hizo mucho calor. Y lo del francés también me parecía bien, así practicaba un poco. No sé, a veces me da rabia que se me haya olvidado mucho del francés que sabía. Es rabia y pánico a la vez. Por que si se me olvida el francés -que estudié de pequeño porque fui a un colegio francés, como me gusta decir-, nada impide que se me vaya olvidando mi infancia; y eso no me gusta. Por eso cuando la gente que está aprendiendo francés o ahora habla francés me habla en francés, yo intento no responder. Me da mucha pena no saber hablar como antes. Sólo me gusta hablar con mi madre, por que ella siempre me ha dicho que no pronunciaba bien -ella se crió en París, pero no le gusta que le digamos que fue emigrante: dice "A mi me llevaron"-, aunque los profesores del cole no opinasen lo mismo.
El caso es que dije que vale al trabajo. Y fui una buena mañana, a la zona franca por que allí es donde estaba la imprenta en la que iba a trabajar. Iba mudado y con la bolsa que solía llevar a la facultad por entonces. Como siempre hago, la cargué demasiado con libros y papeles. Hacía mucho calor. Cogí dos autobuses y llegué a la calle D, creo recordar, de la Zona Franca. A los que no conocen este trozo de Barcelona, bien por ellos. Firmé el contrato y todo eso, y el encargado de recursos humanos me ponía bastante nervioso por que me recordaba a un tipo que salía en la tele. Me describieron el trabajo que consistiría en ordenar un archivo literalmente, ni bases de datos ni tocar un ordenador. Un archivo como espacio físico en el que se dejaban las cosas. El trabajo era una mierda. No quiero describir lo que hacía ni nada. No vale la pena. A veces me pasa que no pregunto las cosas, creo que las entiendo y me quedo tan ancho. Erré en mi razonamiento, y me sentí un poco engañado, aunque realmente nadie me había engañado. Los días en la empresa fueron muy duros.
Prácticamente no me relacionaba con nadie: pensaba que como iba a ser algo temporal no valía la pena -soy así de tonto muchas veces- y también es porque soy tímido e introvertido -esto es marca de la casa-. Lo peor de esto segundo es que me lo tengo muy creído, quizás demasiado. Al final acabé conociendo a gente muy maja. El que siempre estaba a mi lado en el archivo era El Pollo, un personaje bastante especial. Algún día escribiré sobre él si me acuerdo. Lo gracioso del trabajo es que estaba rodeado de libros. Recuerdo que durante una época -en agosto- me hicieron ordenar su archivo principal, y me pasaba el día solo encerrado con libros. Leí un montón ese verano. Y además me pagaban por ordenar cosas, que realmente era un trabajo como de niño pequeño.
El premio especial del trabajo fue que casi cada tarde me llevaba un par de libros a casa. Eran libros que el Pollo me decía que iban a tirar. No del archivo principal, sino libros que había tirados por el otro archivo, donde trabajaba el Pollo. Una vez creo que los conté, pero no me acuerdo cuantos eran exactamente. A veces los llamo los 48 de $%$%@e -así se llamaba la imprenta- y había verdaderas joyas. No creo que aquello fuese robar. Los iban a tirar, y yo intentaba siempre que si me llevaba alguno, quedase alguna copia. Cada tarde cuando me iba, con la mochila roja a cuestas sucedía el extraño hecho que parecía más llena que por la mañana. Era divertido. Las tardes de aquel verano, en cambio, eran tristes.
Ahora puedo recorrer con la mirada la estantería, ver los libros que conseguí, por que de lo bueno de aquel verano, es lo único que me queda.